Recuerdo aquel chiquillo
que boceaba el diario,
con exacerbado brillo,
para ganar su salario.
Lo hacía corriendo, saltando,
inigualable destreza,
cual si estuviera jugando,
con alarde de entereza.
Con una gracia añadida,
vendiendo mas que cualquiera,
le gustaba esa movida
y vendía lo que quisiera,
Así, ayudó a sus padres,
que eran pobres, desvalidos,
sin esfuerzos, sin alardes
tan fácil como chillidos,
pero dulces, armoniosos
y con la misma esencia
que nos dejaba gozosos,
tan solo con su presencia.
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