que en sus brazos me mecía,
es un recuerdo que data
de muchos lustros diría.
Pero siempre la recuerdo
porque me dio tanto amor
que, en el pasado, me pierdo
para averiguar su olor.
Me cuidó con tanto esmero,
que creo no existe otra alguna
que valga tanto dinero,
en buen sentido, ninguna.
Era joven y hermosa,
recuerdo su nombre: Gracia,
alegre y ruborosa,
pero tuvo una desgracia.
Por reveses de la vida,
se quedaría cieguecita
y yo, siempre agradecida,
la llamé mi madrecita.
Y siguió, como vidente,
ayudándome a crecer,
con su maestría corriente
de un ser extra, a su deber.
Solo tuvo un altercado,
bien hablado, fue un desliz
por un garbanzo tostado
que lo metió en mi nariz.
Nunca olvidaré su amor
y estará siempre en mi mente
como una preciosa flor
que labró mi subconsciente.
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