Sin saber que iba a rimar,
como siempre, a empezar,
a glosar a una enfermita
sabiendo que so me encanta,
y allí voy, con mi ternura,
a glosar a una enfermita,
que me pide con dulzura
que le arregle su camita.
Necesitaba consuelo
y no sabía que decirme,
un angelito del cielo
que necesitaba oirme.
Empecé a contarle un cuento
y enseguida aceptó,
fue un alegre momento
cuando ella me miró.
El silencio y soledad
que corría a su alrededor
era máximo, en verdad
y muy poco acogedor.
Era una niña preciosa
que no merecía sufrir
y yo me sentí orgullosa
cuando empezó a sonreir.
Aprendí a visitarla
un día y otro día,
llegué, incluso, a amarla
y ella me lo agradecía.
La simbiosis nos unió,
muy similar a la magia,
y desde que ella voló,
yo vivo de la nostalgia.
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