Tuve una pesadilla,
que me enfrentó con el mar.
No fue una maravilla,
sino deseos de escapar:
Nadaba, precipitada,
huyendo de una ballena,
esperando su condena,
enormemente, angustiada,
Casi, casi, me rozaba,
acercándome a su boca.
Yo, llorando como loca,
con fuerza, la rechazaba.
Fueron tristes los momentos,
de su acoso y mi huida,
tanto, que me vi perdida,
pero, después, como en cuentos,
apareció una sirena,
de enorme emvergadura,
y de radiante hermosura,
que se apiadó de mi pena.
Como en volandas, me asió,
con su cola embravecida,
y, a mí, muy comedida,
en la arena, me dejó.
Desperté de mi letargo,
muy triste, despavorida,
pero muy reconocida,
a ese favor, tan amargo.
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