jueves, 16 de julio de 2015

Mocedad.

"¿Qué te pasa, niña hermosa,
que te veo soliviantada?"
Simplemente, estoy orgullosa,
pero no me pasa nada.
Quizás, sea, que el otro día,
cuando salí de la escuela,
vi que Sergio me seguía
y me ruboricé, abuela.
Su mirada, se clavaba,
intensamente, en la mía.
Al hablar, titubeaba,
no entendí lo que decía.
De repente, me cogió
la mano, estrechamente
y, sin querer, me enervó
Estábamos frente a frente.
Todo mi cuerpo, temblaba,
al escuchar, claramente,
lo que él me declaraba,
sacudiéndome la mente.
Con angustia, entrecortado,
confesó que me quería
que, siempre, me había amado
y esconderlo, no debía.
Entre dientes, me rogó
que, no echara en saco roto,
sus sentimientos y yo,
lo abracé, con alboroto.
Desde entonces, mi sosiego
se convirtió en ilusión
y mi corazón, ciego,
ha hallado contestación.
Le diré, que en mi, también,
Cupido ha penetrado
y me parece muy bien,
que sea él, mi bien amado.
"Así fue, como tu abuelo,
con su amor, me conquistó
y, hoy, me sirve de consuelo,
que seas feliz, como yo."

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