Me enseñaron, siendo niña,
a no llorar, sin motivo
y, ahora, yo, no concibo,
que, a la lección, no me ciña.
Siempre, hay motivaciones,
esperando ser resueltas
y les damos muchas vueltas
para encontrar soluciones.
Lloramos, nos debatimos,
pensando que no podremos
resolverlas y perdemos
nuestros nervios y sufrimos.
Pues, hay que hacerlo al revés:
lo primero es intentarlo,
poner fuerzas en hallarlo
y esperar, hasta un después.
Toda esta evolución,
podría haber esperado,
dar un tiempo, acompasado,
hasta hallar la solución.
Esta es la moraleja:
No debiéramos llorar,
tan solo, por mal pensar,
hay que resolver la queja.
Y, una vez, ya resuelta,
esperar, pasito a paso.
Ríe o llora, en cada caso.
¡Da a tu pecho, rienda suelta!
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