En mi vida cotidiana,
la pereza abominé,
la consideré tan vana,
que, antaño, la detesté.
Era activa, diligente,
el ocio, no lo aceptaba.
Añoro aquel presente,
que, enorme, fuerza me daba.
Activaba los asuntos,
con harta celeridad,
uno a uno, o todos juntos,
con profunda claridad.
Poco a poco, fui perdiendo,
esa fuerza, ese empuje.
Tuve que ir reduciendo
movimientos, y reduje
compromisos y funciones,
quizá, mitad por mitad.
Hoy, ya, mis obligaciones,
tienen poca calidad.
Voy costumbres postergando.
Todo, me produce esfuerzo
y lo voy alargando.
¡De casi nada..., ejerzo!
¿A eso, le llaman pereza?
Pues, sí, perezosa soy.
¿Será mi naturaleza,
la que acusa como estoy?
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