Estábamos,
sentados, una noche,
delante
de la ardiente chimenea,
rodeados
de una paz indescriptible,
contando
nuestras mutuas experiencias,
cuando
saliste tu de aquellas llamas
y
me miraste, fija y largamente,
con
aquella mirada que ennoblece,
que
me quedó grabada para siempre.
Desde
entonces, vaya por donde vaya,
mi
camino va, siempre, iluminado,
por
la luz de tus ojos, tan profunda,
que
ilumina hasta el fondo de mi alma.
Y
se hizo día, donde existía la noche
y
desapareció mi soledad,
porque
sé que, de ahora en adelante,
el brillo de tus ojos, no me abandonará.
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