El ocaso, enrojecido,
da color a mi semblante,
que se halla envejecido,
mientras lo tengo delante.
Se pierde, al alejarme
de esa visión, tan hermosa
y, otra vez, llego a quedarme
pálida, cual una losa.
Siempre, al atardecer,
esa visión me extasía,
volviendo a enrojecer,
un día y otro día.
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