Voy a contarte un secreto,
porque sé que eres discreto:
De algo te quiero hablar
y no sé como empezar.
Empezaré, confesando
lo que me está destrozando,
mi interior y la razón.
Conocí, el otro día,
para mayor pena mía,
a una preciosa mujer,
muy sutil, a mi entender,
completamente perdida,
llorando, muy compungida
y me partió el corazón.
Le pregunté, qué tenía,
más, su llanto persistía,
hasta el punto de no ver
nada y, a mi parecer,
tan desesperada estaba,
que a contestar no acertaba.
¡Fue muy triste aquel momento!
Después, se recuperó,
secó sus ojos y habló,
de un incomprendido amor,
que la sumía en el dolor,
hasta el punto de creer,
que nadie debía saber,
su desdicha, su tormento.
Por fin, creyó oportuno,
relatarme, uno a uno,
sus pesares, cautelosa.
Yo la veía tan hermosa,
con su cutis sonrosado,
que me quedé embelesado
y, sin pensar lo que hacía,
la acaricié y la besé.
No me preguntes por qué,
sólo sé que hice feliz,
llamemos, con mi desliz,
a una preciosa criatura
que, intuí era tan pura,
pues, en sus ojos, veía
una luz, tan penetrante,
que cautivó, en un instante,
mi insignificante ser.
Ya, jamás, la he vuelto a ver,
pues, queda, muy lentamente,
se confundió, entre la gente
y dejé que se perdiera.
Desde entonces, ya no soy
el que era, y me voy,
poco a poco, consumiendo.
La veo, despierto y durmiendo.
Solo, me alegra vagar,
por si la vuelvo a encontrar
y, a mi regazo, volviera.
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