Me convertí en lo que soy,
en una bala perdida.
No soy nadie. ¿A donde voy?
Un laberinto es mi vida.
Una mañana de invierno,
triste, solo, abandonado,
me metí en este infierno,
quizá, mal aconsejado,
por nefastas compañías.
Creí, ciego, en sus consejos
y día a día, todos los días,
fueron ellos mis espejos.
No pensaba, ni quería.
Al principio, me alegraba
y en mi ofuscación seguía,
sin saber que me esperaba
un vivir desesperante,
alejado de mi gente,
en un agobio constante,
sin futuro ni presente.
Hoy, empiezo a meditar
y, recordando el pasado,
me atrevo a cotejar,
con el bienestar dejado.
Más triste o más contento,
mi andadura merecía,
respeto, en todo momento
y al trabajo me debía.
Dios sabe, que estoy dispuesto
a abandonar esta vida,
que me ahoga y me presto
a adoptar cualquier medida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario