No sé como empezar,
ni sé como alabarte,
pero quiero iniciar
una forma de hablarte:
Hoy, que tengo ocasión,
manifestarte quiero,
con todo el corazón,
lo mucho que te debo.
Recuerdo, con agrado,
aquellos días de calma,
aquel tiempo pasado,
que iluminó mi alma.
Aquella niñez mía,
grato consuelo es,
de todas las perfidias
que he vivido después.
Recuerdo aquellos cuentos,
que tú nos explicabas
y que, casi entre sueños,
nuestro interés lograbas.
Las clases que nos diste,
no las puedo olvidar,
pues, en ello, pusiste
toda tu voluntad.
Te recuerdo, sereno,
capaz, inteligente,
eras como un modelo
de toda aquella gente.
A lo largo del tiempo,
he visto mucho más:
he visto tu talento,
abnegación, bondad.
Orgullosa me siento,
de tenerte por padre
y me pregunto y pienso
¿que haré para imitarte?
Obrando honestamente,
por ser como ninguno,
te premio, justamente,
con el NUMERO UNO
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