Por un camino, escondido.
sin querer, me vi perdido.
Quise salir e intenté
orientarme, y me quedé
perplejo, al no entender,
cómo me llegué a perder.
Anduve y desanduve.
largas horas y no tuve
idea de donde estaba
y, cada vez, me adentraba
más en aquel laberinto,
como si hubiese un precinto
que cerrase mi andadura,
aumentando mi amargura.
Llegó la noche y quedé
exhausto y me hallé
dispuesto a conciliar
un sueño que, a mi pesar,
no se hizo reparador,
porque imperaba el dolor
de no saber donde estaba
y, eso, me martirizaba,
hasta el punto de creer
que, jamás, volvería a ver
mi lugar de residencia,
ya que perdí la conciencia
de mi pobre orientación.
Pasé la noche rezando,
sin saber cómo, ni cuando,
una luz se encendería
en mi cerebro y sabría
mi aventura enderezar,
para salir y encontrar
el camino deseado,
que busqué desesperado.
Pero, después, se encendió
esa luz, que consintió
que se abriera el buen camino
y cambiara mi destino,
para hacer que mi desliz
tuviera un final feliz.
Tanto dolor, tanta pena,
que nuestra alma envenena,
se pudieran evitar,
creo yo, que con controlar,
nuestros nervios, nuestra mente
y no andar, constantemente,
anticipando el futuro
y poniéndolo más duro
de lo que es en realidad
¡Esa es la pura verdad!.
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