En un momento, cambié de parecer.
Quise decirte no y te dije sí.
Se debió todo a tu forma de hacer,
a lo muy arrepentido que te vi.
Porque estabas sumiso y doblegado,
aceptando las culpas que te daba,
sobre todo, estabas preocupado,
creyendo que de ti yo me alejaba.
De buen grado, me diste la razón;
no me costó que lo reconocieras
y, acto seguido, pediste perdón.
De esta forma, comprendí como eras.
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