jueves, 28 de agosto de 2014

Alcohol.

Aquella mujer, bebía.
Tanto el alcohol le gustaba,
que, sin cesar, lo injería,
el vicio la dominaba.
Un día, la vi jadeante,
apenas, se sostenía
y pensé, por un instante,
que el equilibrio perdía.
A socorrerla acudí,
con mi mejor intención,
pero, se apartó de mi
y me dio la sensación,
de que estaba avergonzada
y quería disimular
su estado y, acalorada,
se alejó, sin pronunciar
palabra. Estaba agotada.
Perdió el conocimiento
y, en el suelo, magullada,
me miró, solo un momento
y, en su mirada, leí
que mi gesto agradecía.
Se levantó y vino a mí
y, llorando, me pedía,
que la ayudara a salir
del infierno en que vivía.
Así, no quería vivir,
presentía que se moría.
Con paciencia, la ayudé
a restablecer la calma.
Sin esfuerzo, consolé
su espíritu y su alma
y, en su rostro renació
un hálito de esperanza.
Con alegría, me besó
y elevó una alabanza
al destino, que amoroso,
le abrió un  nuevo camino,
para salir de ese foso,
que emponzoño su destino.



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