Si contemplamos la naturaleza:
el cielo, el mar, la fauna y las flores,
nos embriagamos con tanta belleza,
impregnada de luces y colores.
Es una diversión para la vista
y un aliciente para nuestra alma,
todo ese complejo nos conquista
y nos envuelve en profunda calma.
Si miramos al sol y sus reflejos,
que esparcen todas las irisaciones
nos sentimos rodeados de espejos,
para multiplicar nuestras visiones.
Y si, al atardecer, sale la luna,
con su cara rojiza, avergonzada,
es una bendición, sin duda alguna,
que nos enerva, es una gozada.
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