Cuando contemplo el mar, embravecido,
sus olas, altas y majestuosas,
de un intenso color, muy parecido,
al verde de los tallos de las rosas,
se apodera de mí un escalofrío,
emanado, tal vez, de un pensamiento,
de asociación de ideas, con tal brío,
que me obliga a emitir más de un lamento.
Si es bien conocida la belleza
de las rosas y su exquisito olor,
las espinas, están en su corteza
y pueden producir un gran dolor.
En mi mente, hago comparación,
con el olor de las rosas y del mar,
alternando la doble sensación,
del placer, o dolor, que pueden dar.
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